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martes, 22 de enero de 2013

La sonrisa de la niña del Metro.

No muchos comprenden mi gusto por viajar sola en cualquier medio de transporte público. Aprovecho cualquier oportunidad para hacerlo porque, quizá, es en esas ocasiones en las que más suelo pensar en los tantos pendientes que llevo puestos y, sobre todo, me entretengo al observar a la gente.

Hoy, en el Metro, me tocó sentarme frente a una joven mamá que llevaba en brazos a su pequeña de no más de 4 años de edad, la cual llevaba puesto un gorro que, al quitarse, dejó descubierta su total calvicie, símbolo casi inequívoco de que se había sometido a quimioterapias para tratar algún tipo de cáncer. También le faltaba su ojito izquierdo y, aunque ambas lucían algo demacradas y cansadas por obvias razones, iban teniendo una plátcia apenas perceptible mientras la mamá se comía a besos a su hija, en una clara muestra de amor infinito e incondicional hacia ella.

Siempre es incómodo que se me queden viendo, por eso evité hacer lo mismo con ellas pero, en una de las ocasiones que voltée fijamente, la niña también lo hizo y me compartió una hermosa y profunda sonrisa, luciendo sus dientes frontales de metal, señal de que, por alguna razón, también los había mudado antes de tiempo.

No pude evitar corresponderle. Fue tan penetrante y sincera la mirada que me regaló, que mis lagrimas empezaron a rodar sin poder parar y, sin más, recé una oración por ella para que, sea cual fuera la enfermedad que tuviese, se aliviase pronto.

Algo acomodó su sonrisa y su mirada dentro de mí, sintiendo casi al instante una inmensa calma y deseando con todas mis fuerzas que cada beso de su madre significara para ella muchos años llenos de motivos para seguir sonriendo.