viernes, 22 de febrero de 2013

Vendedora.

Me fumo un cigarro, el viento sopla.
Conduzco sin destino y sin señales.
Me detengo a veces; hay piedras en el camino.
Luego acelero, me pierdo, me voy.

Hace meses decidí dejar mi oficio.
No lo extraño, pero la costumbre traiciona de repente.
A las ocho en punto llegaba a ese bar.
A las nueve en punto llegabas tú.

Mientras bailaba, te observaba.
Me sabía bella y eso te desquiciaba.
Cansado de ese juego esperabas que llegara.
Y, entonces, eras tú quien me miraba. Y me invitabas.

Brindábamos esa sensación extraña.
Luego de un par de melodías, me secuestrabas.
No puedo decir que me obligabas: me excitaba.
Y entrábamos a cualquier hotel, realmente no importaba.

Noche tras noche me adorabas y me llevabas.
Una de tantas te entregué mi corazón. Y mi alma.
Confiado, también te apasionabas, te embelesabas.
Y un día. Un día faltaste a la cita tan acostumbrada.

Te faltó valor. Me sobraron ganas.

Hoy no sé a dónde voy, pero me salieron alas.
Voy sin corazón. Ya no me hace falta.
Lo vendí a un buen comprador que no le duró nada.
Pero no me quejo: me dejó muy bien pagada.

Después de todo, soy de la vida fácil, de la vida plana.
Soy una prostituta que vende corazones a quien le venda su alma.

Me detuve a veces, pero las piedras ya no paran nada.
Luego acelero, me pierdo, me voy...

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