viernes, 26 de abril de 2013

Ya no escribo como antes.

Quizá, porque todo lo que me queda por escribir, lo he resuelto viviéndolo.

viernes, 22 de febrero de 2013

Vendedora.

Me fumo un cigarro, el viento sopla.
Conduzco sin destino y sin señales.
Me detengo a veces; hay piedras en el camino.
Luego acelero, me pierdo, me voy.

Hace meses decidí dejar mi oficio.
No lo extraño, pero la costumbre traiciona de repente.
A las ocho en punto llegaba a ese bar.
A las nueve en punto llegabas tú.

Mientras bailaba, te observaba.
Me sabía bella y eso te desquiciaba.
Cansado de ese juego esperabas que llegara.
Y, entonces, eras tú quien me miraba. Y me invitabas.

Brindábamos esa sensación extraña.
Luego de un par de melodías, me secuestrabas.
No puedo decir que me obligabas: me excitaba.
Y entrábamos a cualquier hotel, realmente no importaba.

Noche tras noche me adorabas y me llevabas.
Una de tantas te entregué mi corazón. Y mi alma.
Confiado, también te apasionabas, te embelesabas.
Y un día. Un día faltaste a la cita tan acostumbrada.

Te faltó valor. Me sobraron ganas.

Hoy no sé a dónde voy, pero me salieron alas.
Voy sin corazón. Ya no me hace falta.
Lo vendí a un buen comprador que no le duró nada.
Pero no me quejo: me dejó muy bien pagada.

Después de todo, soy de la vida fácil, de la vida plana.
Soy una prostituta que vende corazones a quien le venda su alma.

Me detuve a veces, pero las piedras ya no paran nada.
Luego acelero, me pierdo, me voy...

viernes, 8 de febrero de 2013

Carta a mi ego.

Sé que piensas que aún te sueño, que aún te anhelo.
Yo hago todo porque pienses que sí.
¿Sabes? Lo sé hacer muy bien.
Tanto, que esta vez me has mirado con el desdén de siempre.
Sí, crees que no me doy cuenta, me ignoras como si fuera cierto.
Armas las cosas como si la culpable fuera yo.
Pero disfruto elevarte el ego.

Y yo te dejo… te dejo que te creas esa historia.
Escucho atenta cuando a los demás les cuentas cómo has sufrido
y cuán difícil ha sido la vida para ti; cuánto te han herido.
Me regocijo cuando abordas a los demás y les cuentas cuentos.
Les das ejemplo sobre ti y les dices que no, que tú eres diferente.
Son las demás, las otras incautas las que no han sabido apreciarte.

Y sueñas cada noche con el amor eterno, con el verdadero.
Y piensas que tú te mereces lo mejor, pues siempre has sido bueno.
Estás seguro que un día llegará tu princesa a adornar tu reino,
esa que sea fiel, que no se burle de ti y que te ame por lo que eres, que ya es mucho.
Y es que no entiendes por qué alguien como tú está sólo, si tú eres tan honesto…

Sabes que no cualquiera está a tu altura, por eso buscas a la mujer perfecta para ti.
Y desde ya la amas, la deseas. Tienes un quinteto que te acecha, pero ninguna te llena.
Escribes historias fantasiosas que deseas vivir, y la esperas.
Te sientes dolido por aquella que te dejó, y juras que no volverá a pasar.
Día a día pruebas a las doncellas, una que otra te atrapa, pero luego las dejas.
No, ninguna atina lo que anhelas, lo que sueñas. Están huecas.
Y nadie a tu alrededor entiende por qué viajas sólo, sin estrellas.
Si eres tan buen partido, tan noble, el hombre que siempre deseó papá.
Pero es que mamá no tiene paciencia. Ella manda. Y no te entregas.

Y navegas con bandera de abnegado. Es tu destino sufrir –te has dicho-
La vida siempre ha sido así, pero el amor tiene que estar en un maldito sitio.
Pero es que no tienes tiempo. ¿Qué no entienden? Esta vida está llena de responsabilidades y de sacrificios.
Y te escudas ante eso. Bien.
No tienes tiempo para el amor, pero sí para reclamarle porqué te abandonó.
Añoras ver la luna, pero no te alcanza la vida para mirar hacia donde está.
Bueno, ése es tu discurso.

Y te envuelves en tus propias palabras, y te entretejes con ellas, y te absorben.
Urgido por vivir el amor más fantástico de tu vida, te faltan huevos cuando lo tienes.
Y ellas no entienden, no tienen paciencia y se van. Buscan algo real.
Y tú, desconcertado, te quejas y las odias. Ellas se lo pierden, ya llegará otra.
Pero en el fondo no las olvidas, a una en particular. Sueñas con ella, pero sabes que no volverá jamás.
Y en cada esquina encuentras sustituta, pero luego la comparas con la que tenías
y te das cuenta de que sales perdiendo, y te lo reprochas. Y se lo reprochas.

Pero ese reproche yo no lo asumo y aún así me tratas como si fuera culpable.
Yo te dejo que te creas esa historia. Y te dejo sonreir. Y te mando un beso.
Me odias porque por mi estúpida existencia las otras se van, te dejan.
Me desdeñas porque gracias a mí, tú no eres lo que los demás creen, lo que tú crees.
Te he echado a perder tus planes. Te he tirado la cortina del teatro que mantenías.
Por eso no te reprocho tu desprecio. Sé que es necesario sentirlo para ti.
Sé que te hace bien pensar que yo soy la mala y tú el príncipe defraudado.

Y aún así, no me dejas irte. A veces me mandas mensajes subliminales que no entiendo, que intento adivinar y no puedo.
Yo no. Yo los escribo directamente en tu tintero. Si tengo dudas te las pregunto.
No me gusta perder el tiempo. Menos cuando se trata de ti.
Y hoy he elevado tu ego hasta la estratosfera. Me gusta ver como te haces el digno, como si la que tuviera que avergonzarse fuera yo.
Yo me divierto.
No es que me burle, sólo que me da fuerza confirmar lo que presiento:
Tú nunca fuiste nadie, sólo fuiste mi invento.

Y creerás que la historia continuará. Y presumirás a las demás que una mala mujer que te traicionó está arrepentida, pero como tú eres bien cabrón y no te gustan esas tonterías, la mandaste al carajo. Y todos te admirarán por eso. Por ser tan valiente. Por no caer ante los ruegos de una bruja que en el pasado te hechizó.
Se alegrarán de que tengas dignidad, y una que otra tonta se enamorará de ti por eso. Hasta que esté en mi lugar.
Y yo, yo te dejaré creerlo.

Y así vas por la vida, buscando el amor eterno sin querer perder tu libertad.
Desesperadamente llamas a una princesa que te ame y cuando llega no la dejas entrar.
Ante todos pregonas que no te hace falta nada, y en tu lecho sólo te dedicas a llorar.
Buscas respuestas inconclusas en la oscuridad de la noche y, cuando alumbra, te vas a ocultar.
Retas descaradamente a la pasión y, cuando al fin estás a un beso de ella, te das la vuelta y te quejas de que eso a ti no se te dio.
Quieres ser un hombre feliz y, cuando la felicidad está ante ti, en ella, huyes y dices que la vida es ingrata porque a ti no te da lo que más añoras, lo que te mereces.

Pero sólo el tiempo puede ayudar a ubicarte en lo que es cierto.
Será él quien te entere que esta mujer ya te olvidó por completo.
A veces vienes a su mente y juega a hacerte sentir importante, pues también tiene su orgullo y sabe que, de una forma u otra, aún sigue en alguna parte de ti.
Le gusta que pienses en ella, aunque sólo sea para maldecirla y reprocharle.
Pero sabes, lo sé, que nunca nadie podrá igualar mi lugar.
Y es que yo, bien que lo sabes, fui de una vez y no volveré a pasar.
Lo sabes cuando te haces el ofendido y me quieres hacer sentir mal.
Y sé que lo haces porque en el fondo me quieres hacer pagar por haberme conocido.
Me quieres cobrar por haberme amado, porque sabes que después de mí será difícil el camino del amor.
Tú me intentarás demostrar que no. Me presumirás como nunca lo enamorado que estás y que te has encontrado a la mejor mujer del mundo. Mejor, incluso, que yo.
Y harás lo posible por creértelo.

Pero al pasar el tiempo, te estarás preguntando qué hubiera sido de tu vida si te hubieses quedado conmigo. Y el saldo que obtendrás no te será favorecedor. Lo sabes y por eso te molestas, por eso te enojas, por eso te desquitas conmigo.
Me estás haciendo pagar desde ya por la desdicha que habrás de vivir.
Y más me odiarás cuando comprendas que lo que te digo será verdad.
Por eso no te culpo. Te compadezco. Y si logras superarlo, lo premio.
Sólo de una forma lo harías: superando tus miedos.
Y que cuando tengas el amor contigo, ¡con un demonio!, aprécialo.
No lo dejes ir, no pienses que no lo mereces, no hagas caso a los rumores, no te sientas culpable. No lo lastimes y no lo ignores.

Porque yo soy la piedra que se cruzó en tu camino y te recuerda tu mayor miedo.
Por eso no soportas mi presencia. Por eso me huyes, me condenas.
Pero no te culpo, no te echo más leña sobre el fuego de tu cabeza.
Suficientes tienes; yo sólo te observo desde la azotea.
Y por eso elevo tu ego, esperando que caigas y veas lo que te rodea.
Mañana no quisiera llorar sobre tu féretro y haberme callado estas sentencias.
Por eso hoy te las digo, de frente, qué más da si con esto más te alejas.
No seré el chivo expiatorio de tu verdad. No seré el medio que te permita encontrarte a ti mismo. No seré la mujer que te traiga malos recuerdos.
No seré esa a la que humillas sólo porque eso te hace sentir a ti menos peor.

¿Pero quién te dijo que ese es mi destino?

A diferencia de ti, yo sí elijo cómo y con quién quiero vivir.
Y por si no te has dado cuenta o no te ha quedado claro, con esta carta estoy poniendo fin a tus dobles mensajes.
Con esta carta te estoy diciendo que, por fin, he logrado finiquitar tu contrato.
Estas, mis palabras, que alguna vez fueron promesas, las estoy rompiendo delante de ti, en tu cara, y los pedazos que quedan de ellas las estoy lanzando al fuego.
Con estas letras te comunico que el pacto que tenía contigo, lo estoy deshaciendo.

Si esto también lo ignoras y maldices mi maldito atrevimiento por decirte lo que pienso, lo siento. Ya no estaré aquí para darme cuenta de ello.

Ahora, aléjate, despréciame y tenme compasión.
 
Restriégame en la cara lo extraordinariamente bien que te encuentras y lo feliz que estás desde que encontraste en ella un nuevo sentimiento.
Anda y desahoga tu culpa, tu sufrimiento.
Aviéntame los demonios que te acechan y que te desgarran por dentro.
Presúmeme tu sonrisa causada por dejar el pasado en un rincón muy desierto.

Ódiame, reclámame lo que por mi pinche culpa estás sintiendo.
Te atendería, pero no tengo tiempo.

Así que vete mucho a la chingada.

Perdón.

jueves, 7 de febrero de 2013

Y, entonces, invéntame.

Y, entonces, invéntame.
Dime palabras que no existen.
Acaríciame como no se puede.
Bésame como no es posible.

Inventa un nuevo contexto.
Ofréceme otra melodía.
Pinta nuevamente mi reflejo.
Vísteme con otro atuendo.

Y entonces róbame.
No me dejes al descubierto.
Protégeme de las rapiñas.
Asegúrame en tu pecho.

Y, entonces, invéntame.
Búscame otro cielo.
Libérame de los fantasmas.
Aprópiate de mi Universo.

Yo te inventaré también.
Lo haré con mucho esmero.
Te borraré las heridas.
Te curaré ese miedo.

Y, entonces, serás otro.
Y los dos seremos eternos.
Y esa realidad imaginada
será nuestro mejor invento.

Y, entonces, invéntame
que hoy quiero tenerte de nuevo.
 

lunes, 28 de enero de 2013

Tengo la buena y la mala costumbre de querer organizar absolutamente todo lo que se cruza en mi camino. Los clósets, los papeles, los libros, la alacena, los archivos de la computadora, los juguetes de mis hijos, el maquillaje, el revistero de las salas de espera de los médcos que visito, la casa de mamá, en fin. Todo.

Igual, en una de esas, también logro organizar mi vida.

martes, 22 de enero de 2013

La sonrisa de la niña del Metro.

No muchos comprenden mi gusto por viajar sola en cualquier medio de transporte público. Aprovecho cualquier oportunidad para hacerlo porque, quizá, es en esas ocasiones en las que más suelo pensar en los tantos pendientes que llevo puestos y, sobre todo, me entretengo al observar a la gente.

Hoy, en el Metro, me tocó sentarme frente a una joven mamá que llevaba en brazos a su pequeña de no más de 4 años de edad, la cual llevaba puesto un gorro que, al quitarse, dejó descubierta su total calvicie, símbolo casi inequívoco de que se había sometido a quimioterapias para tratar algún tipo de cáncer. También le faltaba su ojito izquierdo y, aunque ambas lucían algo demacradas y cansadas por obvias razones, iban teniendo una plátcia apenas perceptible mientras la mamá se comía a besos a su hija, en una clara muestra de amor infinito e incondicional hacia ella.

Siempre es incómodo que se me queden viendo, por eso evité hacer lo mismo con ellas pero, en una de las ocasiones que voltée fijamente, la niña también lo hizo y me compartió una hermosa y profunda sonrisa, luciendo sus dientes frontales de metal, señal de que, por alguna razón, también los había mudado antes de tiempo.

No pude evitar corresponderle. Fue tan penetrante y sincera la mirada que me regaló, que mis lagrimas empezaron a rodar sin poder parar y, sin más, recé una oración por ella para que, sea cual fuera la enfermedad que tuviese, se aliviase pronto.

Algo acomodó su sonrisa y su mirada dentro de mí, sintiendo casi al instante una inmensa calma y deseando con todas mis fuerzas que cada beso de su madre significara para ella muchos años llenos de motivos para seguir sonriendo.

lunes, 21 de enero de 2013

Sueños.

¿Alguna vez se han preguntado si son lo que siempre soñaron ser?

Yo ahorita estoy en la fase de decidir si lo que soy es lo que jamás soñé.

viernes, 11 de enero de 2013

Tengo celos.

Cuando la miras y deseo ser yo quien se refleje en tu mirada.
Cada vez que la mencionas y veo cómo se te ilumina la cara.
Cuando escucho las aventuras que viven cada alborada.
Todo el tiempo que están juntos mientras yo imagino que me abrazas.

Tengo celos porque sé que te recordaré a ella cuando leas estas palabras.

martes, 8 de enero de 2013

Anoche hablamos.

Empezaste con mi frente y fuiste deslizándote lentamente por mis mejillas.
Te detuviste un poco en mi nariz para dar el siguiente paso: el más importante.
No dudaste y eso me gustó.
De una forma sutil, te acercaste sigilosamente a mi boca.
Ahí tenías un beso guardado desde hace tiempo.
Después, hablamos demasiado.

Y luego yo te dije, y bajé ansiosamente a tu cuello.
Y tú me comentaste, y alcanzaste mis secretos.

Anoche hablamos y, desde entonces, no hemos guardado silencio.

viernes, 4 de enero de 2013

Vuélveme a inventar.

Vuélveme a inventar.
Inténtalo.

Juega a seducirme tras las cortinas del tiempo.
Imagina que soy otra y que me abrazas con otros brazos de los que no me libero.

Vuélveme a inventar y pon en ello suficiente esmero.

Invéntame una boca para ofrecerte nuevos besos.
Procura crearme una mirada para decirte, sin palabras, que te quiero.

Intenta dibujarme unas manos nuevas para tocarte sin miedos.
Créame otro corazón sin las heridas que antaño surgieron.

Si quieres, vende la otra yo, esa que fue tu primer intento…
Con lo que te den por ella, cómprame unos zapatos forasteros para caminar por tu sendero y admirarlo como si fuera la primera vez que lo encuentro.

Adquiere para mí un perfume que sea más intenso que el que antes llevaba puesto.
Y si encuentras, regálame también un cuaderno para escribirte nuevos versos.

Invéntame otra vez y, por favor, no me crees con recuerdos.
Hazme olvidadiza y tampoco me pongas muchos sentimientos, sólo los necesarios para no olvidar que tú eres mi refugio, mi universo…

Tampoco me inventes tiempo. Dibújame infinita, sin inicio, sin final, sólo con momentos.
Momentos para ti, etéreos.

Vuélveme a inventar e inventa que te invento, que eres real, que soy de verdad, que nos tenemos.

Y que es cierto.

jueves, 3 de enero de 2013

Búsquedas.

Ayer en la noche me la pasé buscando un documento que me urgía encontrar. Por más que revolví todos mis papeles y todo mi cuarto, no di con él. Hoy en la mañana continué con la búsqueda y, de nuevo, puse de cabeza mis cosas con tal de dar con el famoso papelito que buscaba. Al fin, vencida, desistí y salí a mi destino resignada.
Luego, al buscar unas cosas en mi bolso hace rato, lo primero que vi fue el famoso documento perdido. Juro que, anteriormente, lo había buscado allí en varias ocasiones.
 
A veces, así pasa con las cosas que buscamos en la vida. Solemos buscar desesperadamente en los lugares en los que, por lógica, deberíamos encontrar eso que deseamos. Pero esa ansia y prisa por dar con ello hace que, paradójicamente, no las veamos aún cuando están al alcance de nuestras manos esperando a que seamos capaces de tomarlas.
Pero con suerte, un día, nos percatamos que lo que más hemos estado  buscando en el mundo siempre ha estado acompañándonos.

miércoles, 2 de enero de 2013

Producir la vida.

Hay una gran diferencia entre producir la vida y actuarla. Quien la actúa, seguramente,  esta fingiendo un  poco y, muy probablemente, no está conforme con el papel que le tocó interpretar, aún se trate de un protagónico y  a pesar de que el público que le admira ovacione su actuación.

Producir la vida, en cambio, significa hacer la mejor película con lo que se tiene, con los personajes y el presupuesto que hay, con el fin de lograr la mejor obra en la que todos queden contentos.

Lo mejor que he aprendido en los últimos años, sobre todo el que acaba de terminar, es que la vida se disfruta más cuando la producimos. Muchas veces, no importa lo que venga ni lo que el corazón crea sentir: lo que importa es lo que uno hace con la vida que tiene y con lo que hace sentir a los demás porque, al final, uno también termina siendo parte de la película que, si la dirigimos bien, cada día puede tener un grandioso final feliz.